Hoy me puse a revisar mis archivos fotográficos de ese ultimo viaje, de los pocos que me queda en este celular, pues las fotos mas antiguas creo que ya los perdí porque el dispositivo electrónico donde los guardaba hace un buen tiempo atrás se bloqueó. Y entre las pocas fotos al que tengo acceso veo que gran cantidad de ellas corresponden a un mismo día y a un mismo lugar. Corresponden a esa casona eterna. En esas fotografías eternas yacen aquellas hermosas rosas rojas, allí donde el sol se mostraba imperante, y donde ella con sus anteojos oscuros mostraba su risa y su rostro al natural.
Ahora, esa hermosa rosa roja debe seguir en ese pequeño jardín, floreciendo y dándole un brillo sin igual. Cierro mis ojos y la veo con sus anteojos marrones oscuros, toda reluciente y sencilla, mostrando su mejor pose para la foto del recuerdo. Cierro los ojos y me veo en esa casona eterna donde revivimos nuestra historia milenaria, donde casi lloramos juntos por todo lo que narraban aquellas imágenes que fueron muy inhumanos. Cierro mis ojos y me veo en esa plaza de ese pequeño y hermoso pueblo tomándome una chichita de jora, entre esa gente maravillosa de sombrero, poncho y ojotas.
En mi cabeza ronda las fotos eternas de esa noche, de aquella noche cercana a la primavera, de aquella en que se mostró más reluciente que en el día; su escote y su silueta se mostraba en su máxima expresión, a mi me gustaba verla así, exorbitante y natural. Esa noche caminamos calles enteras buscando un lugar donde divertirnos, pero lo que tanto buscamos por más de hora y media se encontraba a dos cuadras de nuestro hospedaje, fue muy cómico terminar en el mismo lugar donde empezamos el recorrido, nos reímos tanto tratando de ocultar el cansancio que sentimos de tanto trajinar buscando el lugar adecuado.
Tengo fotos imborrables de aquella noche, de ese ambiente que fue solo para los dos; una rockola moderna que en realidad fue un CPU con conexión a internet, una pantalla led de 42´, un par de parlantes y un micrófono. Una mesa pequeña y un par de sillones de color plomo, todo ello en un espacio pequeño que era suficiente para nosotros. Esa noche en ese pequeño lugar la miré a los ojos, saboreé su perfume, la abracé, toqué sus labios fríos y recosté mi cabeza a su pecho. Esa noche hablamos de muchas cosas al oído, bebimos unas copas de vino caliente, cantamos que hasta los gallos nos acompañaron y bailamos músicas de aquellos que obligan a estar pegados el uno al otro.
Tengo fotografías eternas de aquel transporte público, del viaje de retorno a la zona urbana, ella sentada a lado mío, frente al parabrisas, oyendo música vernacular, yo grabando algunos videos para el recuerdo que permanecen intactas. Ahora es cuando debo aceptar que ese viaje me alejó de ese jardín, pues ella debía quedarse allá donde le corresponde estar. Ahora es cuando debo aceptar que esa rosa roja que florecía para mis ojos, de seguro será contemplado por otros ojos y otros corazones. Tengo fotografías eternas del horizonte que se veía al otro lado del parabrisas, retratos de una luna blanca enorme, pero media llena, de seguro que es la misma quien hoy en día acompaña mis noches en esta ciudad orgullosa, gris y lejana de ese paraíso hermoso.
A veces cuando deprimo, imagino que una de estas tardes, yo y ella, con un vino helado o caliente, vamos despidiendo al sol que se va ocultando y mientras cae la noche vamos viendo cómo el azul del horizonte de a pocos se va convirtiendo en anaranjado oscuro. A veces en esa imaginación logro oír la canción que le agradó mucho a ella, enciendo el audio y la pongo, mientras suena regreso a ese tiempo maravilloso, a ese donde amanecimos con nuestros corazones en un mismo lugar, allá, donde el sol brilla bajo ese azul cielo. Mientras suena la música ansioso voy esperando a que acabe esa melodía para que llegue el turno de poner la mía, tal como lo hicimos aquella noche.
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