Ese viernes de mayo prometí volver por ella, prometí jamás ovidarla, pues al llegar el amanecer tuve que marcharme y lo más penoso era que en realidad sería el destino quien decidiría si en el corto tiempo nos volveríamos a reunir.
Fue un viernes de mayo cuando nos encontramos y nos conocimos, fue al anochecer cuando ella amablemente me guío por las calles de esa bella ciudad poniendo de testigos a la luna y las estrellas. El canto de las aves que se regocijaban en las ramas de los árboles de aquella plaza era el mejor de los fondos musicales que oiría en ese hermoso lugar.
Esa noche, un vino hizo que la conversa sea mas fluida. Ella la mera expositora de sus ideales, Yo, cual psicólogo, un mero receptor sin juzgar sus pensamientos y sus sentimientos.
Ella hablaba de su vida habitual, de sus planes de vida, planes que tal vez nadie quería oírlos. Ella hablaba de sus frustraciones y el dolor que le causaba estar en un mundo tan desigual. Ella hablaba de cosas que alegraban el alma, que al final le daba sentido a la vida, que generaba alegría y condenaba a muerte a la depresión y la tristeza...
Esa noche terminé cantándole al oído canciones que nos agradaron a ambos, esa misma noche, con el corazón en las manos, tuve que decirle que tenía que partir. Ella, con una sonrisa que me cautivaba, me animó a que me quedara sin entender el itinerario que debería cumplir; y tuve que partir.
Esa noche embriagados con nuestro sudor, yo perdido en su miel y en sus labios, prometí jamás olvidarla, prometí estar siempre pendiente de ella, es así que intercambiamos nuestros números telefónicos para no perdernos en este mundo ancho y ajeno.
Ella hablaba de su vida habitual, de sus planes de vida, planes que tal vez nadie quería oírlos. Ella hablaba de sus frustraciones y el dolor que le causaba estar en un mundo tan desigual. Ella hablaba de cosas que alegraban el alma, que al final le daba sentido a la vida, que generaba alegría y condenaba a muerte a la depresión y la tristeza...
Esa noche terminé cantándole al oído canciones que nos agradaron a ambos, esa misma noche, con el corazón en las manos, tuve que decirle que tenía que partir. Ella, con una sonrisa que me cautivaba, me animó a que me quedara sin entender el itinerario que debería cumplir; y tuve que partir.
Esa noche embriagados con nuestro sudor, yo perdido en su miel y en sus labios, prometí jamás olvidarla, prometí estar siempre pendiente de ella, es así que intercambiamos nuestros números telefónicos para no perdernos en este mundo ancho y ajeno.
Fue ese viaje el que nos separó, nuestro eclipse de amor duró muy poco, la madrugada, el amanecer, el sol nos ganó que hasta hoy, en este nuevo amanecer, no la he vuelto a ver, no la he vuelto a tocar, no la he vuelto a sentir.
Ahora, en estos días, es cuando surgen más preguntas a los que no encuentro respuestas, donde el dolor es más profundo porque la extraño como nunca. Recuerdo su voz, sus palabras, cuando hablaba de cosas, que tal vez para muchos sean efímeras, pero que al final le dieron vida a este ser viviente...
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