Hoy, después de dos años, he vuelto a escribir sobre lo mío, pues lo que ahora estoy viviendo me inspira a registrar, tal como lo hacía antes, todo lo fantástico que va aconteciendo en esta etapa de mi vida.
Y es que hace un par de meses atrás, conocí personas fabulosas con quienes ya había compartido diálogo vía teléfono, entre ellas, conocí una persona que hoy en día, poco a poco, está volviéndose especial, pues desde hace más de tres semanas me acompaña todas las tardes a la salida del trabajo, me escucha, la escucho, le cuento sobre mis gustos, disgustos y lo que me fascina de esta vida; ella también comparte conmigo sus dudas, sus tristezas, sus metas y sus logros alcanzados.
Así es, hace más de tres semanas vengo sosteniendo una cita a escondidas con una persona que me tiene encantado. Debo decir que me tiene preso desde el primer encuentro que tuvimos; al inicio, estos encuentros no tuvieron horas fijas, nos buscábamos y encontrábamos a cualquier hora, pero todas esas citas, que hasta ahora se vienen dando, son al salir de nuestro centro laboral y no puedo negar que entre risas y coqueteos la pasamos bien… tratando de alegrar el día.
Creo que ella como yo admiramos tanto la conversa del zorro con el principito, en la obra "El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry:
“-Hubiera sido mejor que vinieras a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. -¿Qué es un rito? -inquirió el principito. -Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. …Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra.”
Es así que acordamos que nuestros encuentros tuvieran lugar en horas fijas y todos los días, acordamos que nuestras citas deberán ser una hora después del ocaso, cuando va llegando la noche, cuando la luna, con su luz tenue, ilumine nuestros caminos que son distintos; el mío en comparación al de ella es un camino triste, de gente fría, tosca, sin remordimientos y sin solidaridad por sus semejantes, así es la gente capitalina que hoy transcurre por mi lado.
Luego de varios días de conversa, en una de nuestras platicas, de manera intrínseca acordamos que deberíamos conocernos más, en comparación de lo que actualmente nos conocemos, y así empezar a valorar los gustos del uno y del otro, y para ello debíamos iniciar el proceso de domesticación; pues solo se conoce lo que se doméstica, tal cual lo menciona el zorro al principito:
“¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito. -Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... -¿Crear vínculos? Preguntó el principito. -Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domésticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... -Por favor... domestícame -le dijo el zorro. -Bien quisiera -le respondió el principito- pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. -Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!... -¿Qué debo hacer? -preguntó el principito. -Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...”
Hoy, seguimos en este proceso, tratando de acercarnos poco a poco para hacernos únicos, yo para ella y ella para mí. Debo decir que en este proceso de domesticación pasamos horas de charla, llenándonos de risas, burlándonos sanamente de personas de nuestro entorno, cantándole, a veces, alguna canción que me gusta y que en el transcurso del día lo escuché. En este corto lapso de tiempo que venimos compartiendo juntos disfruto mucho de su compañía, de escuchar su voz y de imaginar su rostro cuando la hago reír.
Debo reconocer que a veces tengo un miedo intenso de que otras personas, quienes no deben saber de nuestras citas a escondidas, se enteren de nuestras reuniones diarias, tengo miedo de que se enteren de que casi a diario nos tomamos un café, o de que le narro al oído un partido de fútbol; tengo miedo de que la actitud que hoy hemos tomado pueda dañar nuestro entorno y nos cause futuros e irreparables consecuencias. Debe ser que no hemos pensado en que, al culminar esta fase de domesticación, el futuro nos dolerá muchísimo porque de todas maneras necesitaremos el uno del otro y tal vez en esos momentos ya no estaremos juntos.
Mi amiga de hoy, ha logrado cambiar mi vida, pues de un tiempo acá, empecé a interesarme por cosas que ya había olvidado o dejado de lado, tal vez será porque intento mostrarle que quiero ser mejor cada día para que le llene de orgullo nuestra amistad o porque tal vez, sencillamente, el ego varonil me haya ganado y deseo que se llene de admiración por mí.
En estos días he pensado tanto en ella que he tratado de conseguir su imagen para poder verla a diario. Esta, la que se muestra, creo que es la que más se acerca, aunque debo decir que la persona quien inspira estas líneas es mucho más bella, que cuando intento hablar con ella adormece mi corazón y me sonrojo aunque ella nunca lo notará.
Ella no sabe, ni se imagina, que hace poquito le escribí cosas que no debo decirle, cosas que debo callar por respeto y por seguridad; pero lo escribí y lo hice con la única y sana intención de desahogarme y sentirme mejor conmigo mismo; ya que somos amigos y no deseo perderla, no deseo quedarme sin su voz, que para mí son caricias, no deseo quedarme sin su sonrisa y sin su tiempo que me brinda diariamente; no pretendo que se entere porque sinceramente no quiero quedarme sin ella, sin su amistad; no quiero arruinar lo nuestro por un error involuntario, por algo que siempre me ocurre, un simple mal entendido.
La canción que viene a continuación es definitivamente para esta ocasión, ya que lo nuestro, queriéndolo o no, se viene tornando, de a pocos, en deseos de cosas imposibles.
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