Lo nuestro empezó un otoño. Aquella primera vez fue por puro gusto, pero no voy a negar que fue a primera vista. Desde ese momento no hemos dejado de
escribirnos, así como tampoco de desaprovechar cualquier
ocasión para besarnos, abrazarnos, tocarnos y sentirnos. Que sin importar el horario, el lugar y la gente mostramos nuestro anhelo de querer estar juntos por lo menos en esos instantes. Muchas veces, por unos minutos y en distintas calles desconocidas, he detenido el auto para besarnos intensamente. Me fascinaron tanto sus besos que innumerables veces quedé manchado con
ese expresivo color rojo de su labial, esas huellas que se hacían a la difícil en borrarse de mi rostro.
Así es, en el tiempo que
pudimos juntarnos nos la hemos pasado besuqueándonos por doquier, yo acariciándole las
piernas, los pechos, el cuello y su rostro; por su parte, ella sujetándome fuertemente la cabeza y abrazándome con todo su ser. Ese fue nuestro lenguaje con el que buscamos más momentos, más intensos y más íntimos. Esas calles y esas esquinas, inhóspitas, silenciosas y desconocidas, saben de lo que en esos momentos quisimos, sentimos e hicimos.
En esta etapa de nuestras vidas queremos volvernos eternos, queremos que el tiempo se detenga para jamás envejecer y jamás tener que dejarnos; queremos permanecer en esa noche, en esa silenciosa calle, cuando decidimos mirar el cielo sin estrellas, en ese par de asientos traseros, cuando nuestras miradas se perdían en la oscuridad y cuando nuestros labios hablaban entre sí. En esta etapa de nuestras vidas nos estamos llenando de tantos recuerdos que se vienen escribiendo en el libro de nuestras vidas; historias que en nuestra vejez contaremos a la nueva y ávida juventud.
Hay
días como este jueves, en que a uno le llega la melancolía y piensa
intensamente en el futuro, se sincera consigo mismo, cuestiona la
realidad, y se pregunta si lo que hoy en día estamos viviendo, en algún
momento tendrá su final. Y sin respuesta definida, reconoces que de un
tiempo acá, tal vez sin quererlo todo acabará y aceptarlo duele hondamente.
Cuando
uno piensa en ese futuro lejano, tétricamente acepta que los besos que
nos dimos en la mañana de hoy y todos aquellos que nos dimos
anteriormente quedarán en este presente, que mañana ya será pasado y de
hecho se tornarán en olvido. Las veces que nos hemos tomado de las manos, las
caricias que nos dimos en todos nuestros viajes, quizás ya no los
recordemos y de a pocos se desvanecerán como la arena en el viento.
Aveces
cuando llega los fines de semana quiero que el tiempo que pasamos juntos, se haga mas extenso y no termine tan pronto; pero el tiempo
siempre tirano, pareciera que corre más rápido de lo habitual. A veces
espero que esos días de fines de semana, más que en otros días, responda
mis mensajes oportunamente, porque ambos sabemos que los días siguientes
no podremos comunicarnos, no sabremos nada el uno del otro y la extrañaré hasta el cuarto día de la siguiente semana.
Por estos días en la capital el clima es muy frígido, la temperatura
cada vez es más cruel para los friolentos como yo. Llegan nuevos
amaneceres, anocheceres y ya no hay diferencia porque el ambiente y todo
el entorno es gris, solo el alumbrado público le da luz a esta pequeña
calle inhóspita. Esta temporada de invierno voy pasándola muy arropado,
frotando las manos para calentarlos, envolviendo recuerdos en mi cabeza y
abrigando esperanzas de volverla a ver tan pronto para así calentar estos
días que vienen tornándose muy tétricos que de por sí enfrían el alma.
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