Ha pasado casi un mes desde que un jueves del tercer mes del año la dejé en esa esquina. No olvido que esa ultima vez en que la vi se fue dejándome su sonrisa encantadora y su perfume particular. Ese día no hubo beso y abrazo de despedida, nos dejamos sin decir adiós, pues creíamos que prontamente volveríamos a vernos; y aquí estoy esperando ese pronto reencuentro.
Nuestro alejamiento ocurrió ese mes en que el verano mostraba su mejor esplendor. Desde ese día he perdido la cuenta de las veces que he pasado por esas calles donde juntos recorrimos dándonos tanto cariño. Desde que nos alejamos he pasado infinidad de veces por su paradero, ese mismo espacio geográfico donde muchas veces nos encontramos y donde ella con su sonrisa hacía que el día brillara.
Recuerdo que un jueves de marzo nos conocimos y la vida hizo que años después, el mismo mes y el mismo día nos dijéramos adiós, sin decirnos adiós. El día en que nos dejamos jamás pensé que sería el inicio del fin. Muy optimista o quizás muy incrédulo, creí que ese alejamiento sería temporal, que entre nosotros no habría tiempo ni distancias, pero la realidad está haciendo que nuestros sueños y esperanzas, el que creíamos eternos, se vayan desvaneciendo poco a poco con el correr del tiempo.
Para los últimos días de ese mes teníamos planificado un almuerzo, sería en las playas del norte chico de esta ciudad, pero solamente quedó en plan. Desde esa cita postergada hasta hace poco, una fuente de recuerdos inunda mi mente, innumerables retratos de los dos rondan mi cabeza constantemente, aunque un poco borrosa, pero son fotografías de lo maravilloso que fue nuestra vida juntos.
En reiteradas veces intenté escribirla, busqué un motivo para hacerlo, busqué alguna razón que ayude a acercarme a ella. Ingresé a las aplicaciones de mensajería instantánea para leer sus innumerables mensajes de cariño, de amor, pero veo que de ellos no queda nada, porque todo lo compartido entre ambos, textos, audios y fotos fueron meramente temporales, con 24 horas de duración o para una sola visualización.
Hoy, siento que de a pocos está falleciendo las ansias locas de volverla a ver una vez más. Desde aquel día en que nos dijimos adiós sin decirnos adiós, solamente ha quedado retratos de la puesta de sol de ese ayer. Ha quedado imágenes mentales de aquel ultimo viaje que hicimos a ese recreo natural de agua cristalina; de la vez primera en que la amé, de las innumerables caricias y besos que le dí a su figura sexi y espectacular que escondía tras ese vestido plomo que tenía puesto ese día.
Estos últimos días le escribí una carta, en esa le manifesté que nuestras vidas se cruzaron en un momento equivocado. Le reclamé además su incumplimiento al almuerzo pactado y le reproché que desde su partida no se haya asegurado de que la vida me esté tratando de maravillas o de que al menos yo estuviera bien.
Y aunque la carta nunca se la envié, en el fondo fue una misiva de despedida. Siendo realistas una parte mía aún deseaba mantener la esperanza de su retorno y que nuestro viaje a escondidas que iniciamos hace un año no termine, pero ganó la fría decisión que era mejor dejarla ir.
De seguro para cuando termine de escribir estas lineas, ella estará muy lejos, donde ya no pueda alcanzarla. Sencillamente las cosas no funcionaron como quisimos y duele, lo único que queda es aceptar que así tuvo que terminar lo nuestro.
Ahora entiendo que su adiós no fue una huida, sino un acto moral y de amor con el que trató de arreglar su vida y la mía. Nos dijimos adiós, y aún en esta despedida debo agradecerle por haberme regalado lo mejor de ella: su tiempo, momentos claves en que hizo que me sintiera feliz en una etapa de mi vida.
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