Hace poquísimo tiempo
nos conocimos ella y Yo, pienso que nos causamos muy buena impresión aquella
primera vez. No sé si fue ocasional o fue destino el habernos encontrado
uno en camino del otro, pues desde ese día en que nos conocimos todo
fluyó muy bien.
Puedo decir que ella tiene los cabellos ondeados que hacen juego perfecto
con su rostro. Tiene labios color carmesí, una sonrisa perfecta y cuerpo perfecto que muchos quisieran hacerlo suyo, pero su trato amable y su sencillez es lo que realmente enamora y hace que el día brille.
Ella y yo habíamos tenido tantos encuentros, con saludos y despedidas meramente verbales, es así que un viernes del cuarto mes del año, humildemente le pedí, que al despedirse, me diera un beso en las mejillas porque ya había pasado un buen tiempo soportando diariamente su adiós solamente agitando su mano. Fue así que ese viernes de abril decidí que era momento de sentir su piel, acariciar sus cabellos, disfrutar su perfume, su aroma de mujer. Ella tan linda que es; no solo se despidió con un beso en las mejillas, sino que también me abrazó muy fuerte y me tuvo ahí, pegado a su pecho por un buen momento.
En esos momentos Yo empecé a disfrutar su aroma, mi corazón se emocionó tanto que cuando volví en sí, me percaté que mi mano derecha estaba acariciando sus cabellos. Me emocioné tanto con su abrazo, que no supe que decir, me nublé, me dejó sin palabras; a pesar de que segundos antes, del abrazo y del beso en las mejillas, Yo había preparado mi discurso romántico para llegar a su corazón; pero, con su abrazo tierno y amoroso hizo que todo se me nublara y solo atiné a mover la cabeza y perderme en ese infinito aroma de aquella mujer de cuerpo sensual.
Y así, recordando ese momento vivido, llegó un jueves de mayo, que después de tantos encuentros intermitentes que tuvimos, disidimos en darle riendas sueltas a lo que veníamos sintiendo, nos fuimos a vivir, nos fuimos a hacer realidad lo que tanto quisimos en un inicio. Trajinamos lugares desconocidos. Mis ganas y sus ganas, mi intención y su intención, eran más grandes y fuertes que los temores y el nerviosismo que sentíamos por estar ahí, escondidos, en fuga, el uno a lado del otro, yo en el volante y ella a mi lado sonriendo de todo, hablando emocionada y cantando canciones que por coincidencia fueron de nuestros gustos.
En ese lugarcito lejano, a donde nos escapamos, todo nos gustó, su abundante vegetación, su pequeño parque lleno de flores, los recuerditos que se vendían en sus kioscos y la iglesia construida a base de piedra que estaba rodeado de arboles que florecían.
Y ahí, en la puerta de esa iglesia, debajo de los árboles que daban sombra a los visitantes, fue donde mis labios tocaron los suyos, donde nos dimos un beso apasionado y donde con mis labios y dedos recorrí lentamente su rostro. Fue ahí, en ese pequeño lugar donde la abracé intensamente, donde apegué su pecho junto al mío, donde la tomé de la cintura, de las manos y la llevé por esas calles desconocidas haciendo notar que en ese entonces ella era solamente mía y de nadie más.
Creo que lo que vivimos en la puerta de esa iglesia, fue lo mejor que nos había pasado ese día, pues se hizo eterno, ella no lo olvida y para mí se volvió en uno de los recuerdos imborrables de mi vida.
Todo nos gustó ese día, caminar por el borde de los charcos de agua empozados en las áreas verdes, bromeando en tratar de empujarnos, tratando que uno de los dos cayera en ese charco, imaginando en cómo seríamos recibidos en nuestras casas y nos reímos a carcajadas imaginando la recepción que nos darían. Y así llegamos a esa piscina que tenía forma de corazón, de agua temperada por el propio sol, de agua limpia y clara, sin muchos líquidos químicos para mantenerlo a gusto de los bañistas, que solo eramos dos.
Ese día, esa piscina acorazonada solo fue para los dos. Ella fue testigo de las ganas que contuve por acercarme a su lado, de lo bien que la pasamos, de los besos que nos dimos, de las ganas que tenía por tocarla y sentirla. Fue testigo también de todas las bromas y mofas que nos hicimos mientras el sol imperaba con todo su esplendor queriendo, de alguna manera, broncearnos para que quede como muestra de que estuvimos bajo su reinado, queriéndonos.
Ese día nos entregamos con toda nuestra naturalidad, sin etiquetas y sin reservas. Pues el destino nos dio la oportunidad de juntarnos y vivir lo que anhelábamos, del cual ahora solo tengo gratitud. Al despedirnos, quizás con ella se fue una parte de mi corazón, pero Yo me llevé una parte de la suya. Me quedo con su sonrisa en mis ojos, con el sabor de sus labios y con el aroma de sus cabellos, que de seguro muy pronto serán nuevamente míos.
Hay días como hoy en que quiero verla más tiempo que lo habitual, pero por los avatares de la vida la distancia se agigantó, nuestro día a día nos aleja y Yo la extraño a borbotones. Ella y Yo claramente sabemos que hay días en que no nos pertenecemos del todo, que tenemos otras prioridades, otras citas, otros amigos y otras vidas; y así seguimos trajinando nuestro día a día esperando y haciendo lo imposible par juntarnos otra vez.
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