Pasaron trescientos sesenta y cinco días desde que por primera y ultima vez nos vimos, ha pasado doce meses desde que nos conocimos y a la vez nos despedimos. Pues cuando llegó la noche Yo sabía que al amanecer del día siguiente se marcharía. Ha pasado un año desde que dejamos allá en ese pequeño y paradisíaco pueblito del ande del sur del Perú nuestros más profundos secretos.
En todo ese tiempo que estuvimos alejados, hubo cero comunicación entre nosotros, creo que ambos hemos tratado de esquivarnos, evitando hablar de recuerdos que hasta ahora parecen eternos. En todo este tiempo nuestra mejor carta fue la ingratitud, ella, por avatares de la vida se alejó de mi entorno cercano por lo que abruptamente perdimos todo contacto.
En todo ese tiempo que estuvimos alejados, hubo cero comunicación entre nosotros, creo que ambos hemos tratado de esquivarnos, evitando hablar de recuerdos que hasta ahora parecen eternos. En todo este tiempo nuestra mejor carta fue la ingratitud, ella, por avatares de la vida se alejó de mi entorno cercano por lo que abruptamente perdimos todo contacto.
En su búsqueda he vuelto a recorrer las rutas que trajiné a lado de ella. El bus avanzaba, Yo rememoraba los pasajes de nuestra historia, sonaba una canción que no sé por qué razón hizo que me acuerde de todo. He regresado a recorrer aquella calle de esa provincia andina, volví a caminar por esa calle delgada, ese pasadizo oscuro, el que trajinamos juntos, donde mi nerviosismo impidió que le tomara de la mano y la abrazara sin ningún tipo de restricciones.
Yo sabía que estar a su lado era como un sueño que al despertar tal vez no recordaría lo vivido en su total magnitud, pero la realidad fue distinta, estoy aquí, escribiéndola, narrando de a pocos la necesidad que tengo de verla. Y ahora, en esta ciudad, al
despertar corro las cortinas de la ventana y veo que el tiempo
tiene lagrimas en los ojos, ruedo en la cama en sentido contrario a la
ventana y con la mirada en las sabanas pienso en que ese viernes de agosto, de hace un año atrás, debí haberme quedado con ella más tiempo, pienso que ese acto hubiera sido lo mejor, pero en ese entonces
jamás creí que la decisión de dejarla ir dolería demasiado en estos momentos.
Ya es de noche y aquí con un frío inmenso veo que el tiempo se desgarra en
lágrimas, ella no está, el aire frio golpea mi rostro y sopla su recuerdo. Es de noche y me invade el temor de enviarle un mensaje directo a su buzón, me acobardo en hacerlo porque no quiero desnudar mis sentimientos y mis pretensiones. Es de noche y ella sigue siendo esa luna enorme del horizonte, esa luna quien sigue alumbrando el camino y quien sigue alimentando los recuerdos.
Pienso en su nombre y recuerdo ese mágico pueblito donde quedó una parte de mí. Pienso en ese pueblito y llega a mí su perfume, el olor de sus cabellos, sus palabras, su voz y todo aquello que vivirá conmigo. Pero si algún día ella y su recuerdo deciden alzar vuelo, yo no la detendré, trataré de aceptar el designio del destino porque en algún tiempo de mi vida fui feliz siendo parte de su vida y ella de la mía...
Hermoso , me hizo recordar algún pasaje de mi vida, porque suena increíble pero siempre se vive historias parecidas
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