Ha pasado buen tiempo desde que ella partió, y desde ese entonces no sabemos el uno del otro. Yo la extraño a borbotones y reconozco que su ausencia al igual que su silencio mata; pues esos amores que nos matan por dentro son aquellos que nunca mueren, son aquellos que siempre están presentes, persiguiéndonos en cada alba y en cada crepúsculo.
Por querer verla, en todo este tiempo, he modificado y adecuado mis planes a lo de ella, hice cambios con la intención de llegar hasta donde está, pero al final rehúye dejándome con mi frágil corazón en las manos y con las ilusiones hecho pedazos.
Ya está llegando el invierno y en las tardes el frío se siente hasta en el corazón. No falta mucho para que la nieve llegue por estos lares, no falta mucho para que se nuble el cielo, este cielo, mi cielo y la lluvia caiga a mares y sin contemplaciones. Y mientras eso suceda quien sabe si ella y Yo sigamos alejados, tal vez guardando esperanzas de volver a encontrarnos o quizás olvidándonos en otros brazos.
Mientras la espero, me inunda el recuerdo de nuestro primer brindis en plena calle, con algunas bebidas exóticas que jamás bebí en el corto trayecto de mi vida... y hoy, al no tener noticias de mi pequeña, acepto que deprime el no haber logrado compartir todas las salidas postergadas y poder vivirlos como aquella primera y única vez.
A casi dos años de su partida, mis esperanzas de lograr verla permanecen intactas. Hasta hoy sigo buscando otro medio, otro lugar, otro tiempo, otra realidad para recuperar los momentos que planificamos una y mil veces.
Estos últimos días del año, la extraño en mi silencio, la extraño a raudales... Estos días en que deben ser festivos, de tanto esperar, el vino anhelado se va calentando y esos lugares que debieron ser visitados nos vienen extrañando.
Es miércoles y ella sigue ausente... es mitad de la última semana de este año, de un año que no he tenido novedades suyas, de un año en que su recuerdo ha vivido, aquí, conmigo, en las canciones, en los lugares y en los perfumes. De un año que no he dejado de escribirla y nombrarla en mis atardeceres solitarios en este cuarto de doce metros cuadrados...
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