A veces siento nostalgia cuando el día amanece anublado, y me entristece profundamente más aún cuando pienso en ella; a veces siento nostalgia cuando pienso en ella y cuando tengo que aceptar, que tal vez, jamás recorreremos los lugares que planificamos recorrer y me deprime hondamente saber que quizás no se cumplirán los planes que hicimos en todo este tiempo.
Me acostumbré tanto a ella, leer sus mensajes al amanecer, adecuarme a su forma peculiar de comunicarse, a sus arrebatos, a su sarcasmo y a sus bromas. Pero de todos modos, cada vez que tengo que aceptar que no es mía y que la distancia entre ella y yo es inmensa, un frío silencioso recorre mis venas y llega al corazón. Pues últimamente el silencio prolongado en nuestras pláticas me hace pensar que lo nuestro está feneciendo.
A veces hay días como hoy, en que siento nostalgia cuando veo que nuestras conversaciones de a poco se van enfriando, es ahí cuando la siento tan ajena, tan lejana. Pues ya nada es como ayer, nuestras charlas son menos, nuestra confianza ya no es igual, y en verdad siento que fuera mi culpa el no haberle puesto la atención necesaria para que lo nuestro no se vuelva efímero.
Hay días como hoy en que mi corazón y mis pensamientos alzan vuelo y van en su búsqueda, imagino a veces llegar hasta ella, lograr abrazarla y así descansar prolongadamente en sus hombros, que su corazón se acerque al mío a sentir mis latidos y terminar poniendo mi cabeza en su regazo, para mirarnos fijamente a los ojos.
Hemos planificado tantas cosas; una de ellas fue recorrer los pueblos andinos de nuestro país, y precisamente cuando llegan a mi mente recuerdos de mi tierra natal me acuerdo de ella, quizás será porque pienso que ella trajinó los mismos lugares que yo trajiné hace buen tiempo atrás, o será porque evidencié que en su corazón existía el mismo amor y el mismo aprecio por la maravillosa gente de campo, con quienes viví los mejores momentos de mi vida, mi niñez.
Quizás mañana extrañaremos lo que pudo haber sido y quizás intentemos retomar lo que un día quisimos hacer juntos. Quizás pudo haber sido hermoso ver el alba y el crepúsculo desde aquel balcón, ese que diseñamos en nuestros sueños. Hubiera sido hermoso cumplir con lo que nos prometimos, pero no se pudo; ahora, esos lugares andinos y paradisiacos de los que tantas veces hablamos, de seguro, esperarán toda una vida nuestra llegada, pero quien sabrá si finalmente mueran de tristeza cuando nunca lleguemos a la cita pactada.
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